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domingo, 12 de agosto de 2012

Microrelatos del Abuelo Vizko... Hoy "Hijos de Antachán"

En estos dias de infame calor, solo tenemos dos posibilidades para sobrevivir: llenar una nevera de birras e irte a un rincón apartado con riachuelo y/o sombra; o en su defecto encerrarte en casa con el ventilador en los genitales y escribir memeces como esta:


Hijos de Antachán,
por 
Alberto Martínez.

Venían de más allá de Raticulín. Habían tardado unos trescientos años luz en llegar a nuestro Sistema Solar, y estaban hambrientos.
- Yo probaré los callos de Madrid... – dijo un tipo verde con un ojete en la frente.
- Yo las gachas de Cuenca...- dijo otro, al cual le colgaban dos espléndidos testículos a modo de papada.
Y es que estar trescientos años en formol le abre a cualquiera el apetito.
La nave descendió en las afueras de Valencia, concretamente en el Barrio de La Coma. Antachán salió el primero. Era un tipo más bien tirando a alto, de unos tres metros y medio y con un enorme cimbrel, el cual blandía orgulloso, ya que no llevaba pantalones.  De la civilización que él provenía, no existían los pantalones, nunca se inventaron. En su lugar, llevaba tacones y mini falda.
Antachán no era hombre, ni tampoco mujer, pese a poseer enormes atributos masculinos. Su mastodóntica trompa no servía con fines reproductores, es más, era un trozo de carne muerta que solo le provocaba problemas, ya que al caminar le hacía rozaduras en las ingles.
Pero aún más importante que el pene de Antachán, eran los motivos por los cuales habían venido desde tan lejos a hacernos una visita.
No era la primera vez que venían, es más, les gustaba veranear en la Manga del mar menor. A ellos les merecía la pena venir, más que nada por lo agradable del clima y por las murcianas. Les encantaban las murcianas, especialmente guisadas con patatas y acompañadas de un refrescante vino blanco.
Pero en esta ocasión no habían venido a disfrutar de la playa o de sus manjares, ni mucho menos. Habían venido a traer un mensaje de sabiduría y paz, a transmitir sus conocimientos, decenas de miles de años más avanzados que los nuestros.
Venían a revelarnos ancestrales misterios como el significado de la vida, la creación del universo o el secreto de la Coca Cola. Venían a explicarnos que la vida en la tierra existe gracias a ellos, que hace unos tres mil quinientos millones de años pasaban por aquí y dejaron unas bacterias en una charca, a modo de experimento.
Venían a contarnos que han guiado nuestra existencia, ayudando a los distintos tipos de vida a evolucionar, observándonos desde lo más profundo del universo, o desde una hamaca en las playas de Murcia.
Venían a revelarnos nuestra auténtica historia, a contarnos que un día que andaban por Egipto se les antojó hacer unas pirámides, o que nunca hicimos caso a su verdadero enviado, Carlos Jesús, y que en cambio sí que creímos a un hippie colgado que decía ser hijo de una paloma.
En definitiva, venían a ofrecernos viajar con ellos a otros mundos, a otras dimensiones donde no existían cosas tan nimias como la guerra, las banderas, la crisis, los políticos o David Bisbal. Venían a ofrecer a la humanidad la posibilidad de dar un paso en la escala evolutiva.
Pero resultó ser que ese día, el día que Antachán y su gente nos visitó por última vez, España jugaba la final de la Eurocopa y toda la humanidad se hacinaba en sus casas y en los bares, ajenos a todo lo demás.
Así que Antachán fué ignorado y despechado, y ahora es bailarina de una discoteca de Ibiza y no puede volver a su hogar, ya que los gitanos del Barrio de La Coma vendieron su nave como chatarra, de la cual sacaron cincuenta euros para comprarse la nueva Play Station 7. 



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